Llevo unos años jugando a un pequeño juego cuando entro en la web de un periódico: si cuando llego a la sección de Opinión en portada no veo una sola mujer, lo abandono inmediatamente.

Los periódicos y revistas fueron mi primera ventana al mundo. Recuerdo el Magazine, sumplemento dominical de La Vanguardia pero también distribuido con la cabecera de referencia en mi casa, La Nueva España. Allí contemplaba los reportajes fotográficos de Annie Leibovitz y Sebastião Salgado, y leía semana tras semana las columnas de Quim Monzó, Ángeles Caso, Lucía Etxebarría y Andrés Trapiello, sobre los temas más peregrinos. Qué curioso que la lista de nombres que me vienen a la cabeza sea paritaria.

Aún espero de los periódicos que me ofrezcan diferentes puntos de vista. Aunque sé que los sesgos de un periódico están más en lo que callan que en lo que muestran, me resulta reconfortante entrar en El País y constatar que hay al menos un periódico de masas que gane a mi juego día tras día. (Pierden con frecuencia los periódicos del otro lado del espectro ideológico; pierde sistemáticamente La Nueva.)

El juego parece caprichoso, pero no lo es tanto. La paridad y la diversidad tienen mucho que ver con el derecho a tener voz y espacio, a verse representado. Pero también hay una dimensión más intelectual. Tomo la diversidad como un indicador proxy de la calidad de un medio: ¿cómo puede el periodismo ser una ventana al mundo si no se transmiten las historias y los puntos de vista de la mayoría de minorías que nos define? ¿Cómo puedo entenderlo, cómo me puedo considerar informado sin todo eso? Esto podría extenderse también al ámbito científico: por ejemplo, ¿puede un paper relacionado con las ciencias sociales ser relevante sin referenciar a una sola mujer? La falta de diversidad es una capitulación absoluta ante los sesgos. Me inspira desconfianza.


En un juego de similares intenciones, también llevo un par de años dejándome llevar libros escritos por mujeres que llaman ligeramente mi atención, exigiéndole alguna razón más en la librería a los escritos por hombres. Así he descubierto una ciencia-ficción muy diferente a la que conocía, de mano de Ursula K. Le Guin y Octavia E. Butler, que me tiene completamente cautivado.